lunes, 12 de junio de 2017

Editorial de sanlunes/ O del discurso político invisible

Discurso político ausente o ¿a qué le tiras cuando sueñas, político mexicano?

¿Que cuáles son mis ideas? 
Si me obligas a pensar 
-cuidado, me mareas-
lo primero es cobrar

En Fauna política

  -Manuel Falcón
Pasadas las elecciones cabalísticas del 4 de junio (sobre todo, la del Estado de México), al margen de dimes y diretes, acusaciones y denuncias mutuas de "cochinero" y "fraude", si algo queda en claro es la evaporación del discurso político con ideas que identifiquen y diferencien a cada partido político no sólo en las contiendas electorales (que en realidad en ellas no usan discurso sino eslogans). En la era digital, las redes sociales se han apoderado del ritmo, la intensidad y volumen de la información que circula a todas horas, a tal grado de que también se dictan desde allí las prioridades en cuanto a focos de atención. Y ya se sabe que las masas de usuarios, en cuanto se abordan asuntos políticos, sucumben a los relatos que ofrecen las teorías de la conspiración donde el mundo es una gigantesca contienda entre Buenos y Malos. Así, la cobertura informativa de las elecciones en los cuatro estados (Nayarit, Coahuila, Veracruz y Edomex) disparó sin ton ni son, nombres de candidatos y de partidos. En una conocida encuesta nacional, en la que se preguntaba a los habitantes de estados no involucrados en las elecciones del pasado 4 de junio, qué recordaban sobre dichas campañas, debates y la misma jornada de votación, sólo aparecieron en el tope de atención, en la memoria colectiva, dos nombres: Alfredo del Mazo y Delfina Gómez. Y ambos nombres con reservas, porque ¿quiénes son exactamente Del Mazo y Delfina; por qué no se había oído de ambos con anterioridad; de dónde salieron de repente como estrellitas marineras? Ítem más: ¿cuáles son las ideas del candidato priista que se oponían a las  ideas de la candidata de Morena (y viceversa)? Se ignora la respuesta. Pero la certeza es contundente: el discurso político se ha esfumado del territorio nacional. Lo que existe de facto es una realidad de juegos de poder exclusiva y duramente pragmáticos, inmersos en mecanismos, procedimientos, técnicas, inversiones, cálculos, artimañas, capacidades, destrezas, habilidades, experiencias (ahora está de moda entre los esnobs de la grilla el uso del anglicismo: expertise) que se echan a andar con un solo objetivo: mantener el poder a toda costa. Pero, ¿con qué fin? La interrogante debiese responderla precisamente el discurso político de ideas de cada partido. Aunque la mayoría de los espectadores de los juegos de poder respondería al unísono: "¡por dinero!". O vivir fuera del presupuesto es vivir con Kumamoto.
En una época en que sujetos sin ideas arriban a puestos de poder cuyo máximo ejemplo es el actual presidente de Estados Unidos, el estúpido (no es insulto: es descripción) Trump, se advierte el gigantesco riesgo y, a la vez, reto de (re)construir un discurso o relato de poder genuino; esto es, no sólo de ocasión electoral. Como señalan los autores Orlando D’Adamo y Virginia García Beaudoux: "Los relatos gubernamentales son una herramienta de comunicación política que permiten construir una novela del poder". Es decir, así como Sigmund Freud hablaba sobre la construcción psíquica de la novela familiar, así en el discurso colectivo de una nación se posee una novela social histórico-política. En ese sentido, todos los mexicanos sabemos cuál era el discurso o relato de Benito Juárez que logró echar a andar la gran etapa de la Reforma liberal y que le permitió defenderse del invasor francés; todos conocemos el discurso político que sirvió a Francisco I. Madero para desafiar a Porfirio Díaz y que permitió desencadenar la Revolución. Un discurso o relato político ofrece así, un proyecto de Estado, valores políticos emblemáticos (no es lo mismo apoyar el derecho al matrimonio de los miembros de la comunidad LGBTT que estar en su contra; no es lo mismo apoyar la interrupción del embarazo para evitar madres niñas que estar en contra de dicha medida de salud; no es lo mismo apoyar el uso recreativo y médico de la mariguana que estar en contra de la yerba psicotrópica; etcétera), conceptos sobre los acontecimientos internacionales; verbigracia: ¿qué opinión tienen nuestros líderes políticos sobre Nicolás Maduro y por qué; qué se entiende por Brexit; cómo se explican los actos terroristas del extremismo islámico y qué posición se toma frente a estos; etcétera. Mientras tanto, hastiadas del planeta político, las masas de usuarios, se solazan gozosas en el vasto océano del mundo del espectáculo y del entretenimiento buceando en la leviatánica burbuja virtual que generan Instagram, Google, Twitter, Facebook, YouTube: ahí les va el enésimo video viral de la señora haciendo bailar reguetón a su perro... marido; ahí va la millonésima selfie de la jovencita encerrada en su baño con sus pompis erectas que son todo su currículo; etcétera. ¿Y los dicursos políticos? Rápido: que tuiteen cuál es el político Malo y cuál es el político Bueno. O a quién le van mis cuates. Y ya.  
Se ignora si de veras los actuales partidos políticos mexicanos  y sus líderes poseen ideas (de lecturas de libros mejor ni hablamos; el activismo de la grilla no deja tiempo más que para leer cifras) o sólo saben de estrategias para mantener el poder. Se recuerda que la era de la posmodernidad ha hecho creer que todo vale, se acabaron las vanguardias, los intelectuales cosmopolitas -ahora sólo hay gurús de internet-, los discursos filosóficos o políticos (véanse por ejemplo, las propuestas del autodenominado arte contemporáneo o caricaturas duchampianas: ¡todas las obras de arte valen lo mismo, pues todas se consideran arte! Ya no hay punto de referencia salvo la tendencia de mercado que indique el curador mellizo del modisto fashionista). Y aunque es posible detectar los discursos maníacos maniqueos como el relato populista (que siempre cuenta con un profeta salvador que él -y sólo él- sabe lo que anhela en su intimidad el pueblo mítico: o la magia del joder contra la mafia del poder); o el relato de las Reformas Estructurales que dizque colocarán a México en la senda del progreso (¿qué se entiende por "progreso"?¿El progreso de quién?); o el facilito discurso absolutista del antitodo (a mí no me engañan, pues soy más listo que "todos los políticos son corruptos", yo-nunca-voto. Y punto). 
En suma, la mayoría del común de la gente sólo ve actores variopintos en el escenario del poder; que se desgañitan exclusivamente en temporadas electorales en las cuales prometen prometer promesas prometidas prometeicamente desde el alba de los tiempos. Hoy por hoy no hay discurso político mexicano a la vista. Sólo pragmatismo a pasto: los políticos viven, como Dráculas, dentro de la oscuridad de las urnas, pues exponerse al sol de las ideas, los aniquilaría en un santiamén.

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