lunes, 11 de abril de 2022

Otro populista

 Votos, ideología y dinero

-Jesús Silva-Hrzog Márquez

Un par de días después de su tercera reelección, en abril de 2018, Viktor Orbán, el Primer Ministro húngaro, publicó un video en el que mostraba los momentos más simpáticos de la campaña. En un momento aparecía Orbán con András Patyi, el titular del órgano electoral. Caminaban por un pasillo y el Primer Ministro decía a las cámaras en tono burlón: “Me enteré por los periódicos que Patyi pretende multarme”. Reía y provocaba de inmediato la reacción nerviosa del funcionario. “Disculpe, señor Primer Ministro,“ respondía el funcionario. Fue un error. Lo sentimos mucho. El entorno del gobernante se carcajeaba mientras el Primer Ministro insistía burlonamente: este hombre quiere multarme. Era de risa.

La anécdota retrata al populista exitoso. Ha logrado doblegar al árbitro a tal punto de que el intento de marcarle un límite resulta risible. Cuatro años después de aquella elección, Orbán ha vuelto a arrasar. Tiene la fuerza parlamentaria para reescribir la constitución, para destituir jueces incómodos, para ocupar todos los órganos del Estado, para controlar los medios. De poco sirvió que seis partidos se coaligaran para presentar un frente común. Fueron incapaces de detener la aplanadora. Ni siquiera la cercanía del Primer Ministro con Putin le hizo daño después de la invasión de Ucrania. No se trata de elegir entre Occidente o Rusia, sino de apuntalar la seguridad, argumentó Orbán. Y esa seguridad exige neutralidad y capacidad de diálogo con el gobierno ruso.

Orbán ha redactado un manual de la hegemonía populista. En una reunión con líderes de Fidesz, su partido, lo puso en claro. Con una buena victoria se puede rehacer la política para librarla de sus remanentes liberales. Zsuszanna Szelényi, una política húngara que alguna vez militó en el partido de Orbán, publicó en The New Republic un apunte interesante sobre ese instructivo. Después de fracasar como un político moderado, Orbán encontró una mina en la radicalización. Los votos no estaban en quienes buscaban el entendimiento, en los moderados que parecían indecisos, sino en quienes se lanzaban a la cruzada y ponían bajo la mira al enemigo. El partido que había nacido como una organización centrista y liberal se transformó pronto en un partido de derecha extrema. Denunciando al gobierno como enemigo de la nación, hablando de conspiraciones e invasiones que amenazaban el alma nacional, su partido ganó contundentemente en 2010 y no ha soltado ya el poder.

“Fue suficiente ganar una sola vez, pero ganar abrumadoramente“, le dijo Orbán a los líderes de su partido. Si se entienden los resortes del poder, basta una victoria contundente para rehacer la política. A los cuadros de su partido les explicó que el poder tiene tres recursos: votos, ideología y dinero. Quien los controle lo tiene todo.

El autoritarismo contemporáneo no es enemigo de las elecciones. Sabe que el voto es necesario para legitimar su poder y ensanchar su dominio. La clave es rehacer las leyes y subordinar al árbitro. Orbán ha ideado una compleja ingeniería de manipulación. Los distritos electorales se han redibujado para darle a su formación una ventaja. El mecanismo que transforma los votos en asientos, magnifica su respaldo electoral. Sujetando la máquina de los votos, ha logrado someter a todos los organismos constitucionales: el tribunal supremo, la auditoría, la fiscalía.

El miedo es el nervio de su discurso. El exterior es una amenaza, los migrantes son una amenaza, el futuro es una amenaza. Solo “un sistema de cooperación nacional“, es decir, un régimen antipluralista, puede preservar una identidad cristiana en peligro. Orbán ha defendido el no cambiar como el derecho supremo de la nación. Discurso de identidad que apela a la emoción más profunda. Control también de los emisores que reproducen el mensaje. El triángulo se cierra con el dinero. La pinza que hace el populismo con los beneficiarios de sus políticas es crucial. Szelényi registra la nueva élite económica que se ha creado bajo los auspicios de Orbán. El populismo puede ser fachada de un orden oligárquico.

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