lunes, 22 de noviembre de 2021

A paso marcial

La opción preferencial 

-Jesús Silva Herzog Márquez-22 nov 2021

A juicio del presidente López Obrador, las armas son la verdadera garantía de lo público. La forma de asegurar que sus obras predilectas permanecerán en la órbita del Estado es entregándoselas al ejército. Para convertir en irreversible una decisión política, hay que ceder su dominio a las corporaciones militares En el momento en que los uniformados tengan el control de un ámbito de la política pública, podemos estar confiados de que no se revertirá jamás. La racionalidad de la decisión es clarísima: bajo el control de lo soldados se aleja definitivamente la tentación privatizadora. Contra el neoliberalismo, la advertencia de los cañones. No es la ley lo que garantiza la permanencia de lo público. Ni siquiera si se instala en el texto de la constitución podría asegurarse su cuidado. Lo público está al cuidado de quienes cargan las armas. No es el trazo cuidadoso de su configuración institucional, no es tampoco el testimonio de su eficiencia: es que los soldados resguardan las obras y que atreverse a cuestionar su gestión implicaría enfrentarse a los fusiles.

A los militares se pretende obsequiar una empresa cuyas ganancias estarán destinadas a beneficiar a la propia corporación. Bajo esta administración, las armas se han convertido en el gran símbolo de lo público. No solamente su garante, sino su emblema. La orgullosa militarización que emprende decididamente el gobierno de López Obrador contrasta con el embate a los centros de reflexión y de crítica, de profesionalismo administrativo y de neutralidad institucional. Frente a la apuesta por un servicio civil competente, profesional y confiable, el gobierno que se pretende impulsor de una gran transformación histórica confía en el ejército, esa entidad a la que describe como "pueblo uniformado." El presidente fantasea con la idea de que el ejército es la virtud, el patriotismo, la lealtad, la eficiencia. Al convertirse en presidente olvidó las denuncias que hacía como candidato a la institución que violaba derechos humanos y que cometía atrocidades en su lucha contra el crimen organizado. Al parecer se convenció de que, al ganar su proyecto político, el ejército cambió de naturaleza. En un instante se convirtió en el gran baluarte de la patria, una institución por encima de cualquier sospecha. Del ejército le atrae, sin duda su obediencia y su disciplina. El acatamiento que no pierde el tiempo en discusiones. Mientras los encorbatados con título son sospechosos, incompetentes y dispendiosos; mientras la discusión que supone nuestra diversidad es entorpecimiento de decisiones urgentes, la marcha de los soldados lleva una sola dirección y avanza a un mismo ritmo. 

La militarización y el hostigamiento a toda fuente de pensamiento independiente vienen de la misma fuente: una idea de lo público que no es diálogo, ni sitio de encuentro del pluralismo, ni mucho menos el consenso en las reglas comunes, sino el acoplamiento de todas las voces a una sola voluntad política. Por eso el nuevo régimen quisiera convertir en legión hasta a las universidades. Los centros de enseñanza como tropas educativas al servicio del nuevo régimen. Centros que tiren a la basura las ideas del pasado y promuevan apasionadamente la doctrina oficial. Por eso la directora del CONACYT puede hablar del CONACYT de la "Cuarta Transformación", como si el consejo que dirige fuera un sector del partido que se dice impulsor de esa fórmula.

 Cuando los militares acusan recibo de los obsequios que reciben de la presidencia, transparentan la lógica profunda de la política oficial. Si el populismo desplaza la política del conflicto pluralista a la arena de la guerra simbólica, el ejército es el protagonista y el emblema de orgullo. El patriotismo se expresa adhiriéndose al proyecto presidencial, dijo hace unos días el secretario de la defensa. El hombre que representa a quienes empuñan las armas convocó a la ciudadanía a unirse al lopezobradorismo. Las cosas quedan más claras: el lenguaje del lopezobradorismo es, en realidad, lenguaje castrense: un llamado a la unidad, a la disciplina y a la subordinación que pone bajo la mira a los enemigos, a quienes, por elemental patriotismo, hay que aniquilar. 

La opción preferencial por los soldados resume el proyecto y la amenaza del lopezobradorismo.

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