Placer y pudor del libro
-Jesús Silva-Herzog Márquez , 11 de agosto de 2021
"¿Qué es dios y qué no es dios, y qué hay en medio?". La línea es de
Eurípides y aparece, como epígrafe, en la primera página de El cazador
celeste, el episodio más reciente del largo libro que Roberto Calasso ha
escrito sobre el mito. En La ruina de Kasch, Las bodas de Cadmo y
Harmonía y El ardor hizo recuento de las ficciones que han nutrido la
imaginación humana y que, al hacerlo, dan sentido al mundo. Calasso dejó
escrito que no tenía sentido un mundo donde no aparecen los dioses.
Podría haber vida, y sería, seguramente una vida tranquila, pero
carecería de cuentos. Por eso Calasso dedicó su vida a invitar a todos
los dioses a nuestra conversación.
¿Qué hay entre lo que es dios y
lo que no es? La literatura, por supuesto. Pero también, podría
decirse, su vehículo, el libro. Si Calasso tocaba con una mano eso
impalpable que es el mito, con la otra acariciaba lo que tiene cuerpo y
piel: el libro.
Al lado de sus prodigiosas constelaciones
mitológicas, la obra de Calasso está hecha de testimonios de amor al
libro. El erudito y el editor comparten una vocación de armonía. Si
todos los mitos son uno solo, todos los libros de una editorial habrán
de ser un texto único. Una creación del editor que enlaza no solamente
párrafos y capítulos, sino también portadas, solapas, tipografía. La
colección editorial cultivada como una obra literaria. La misión del
editor, decía Calasso, era la misma que Debussy trazaba para su música:
causar placer.
Calasso pensaba en sus libros, los de su
biblioteca y los de su editorial, como claves en una complejísima
relación de resonancias. La biblioteca ideal, decía, no es aquella que
tiene el libro que buscamos sino la que nos enseña que el libro que está
al lado del buscado nos es más útil. Era un libro que desconocíamos
pero que, por el misterio de su ubicación, nos maravilla. Esa es la
"regla del buen vecino" que formuló el historiador Aby Warburg y que
Roberto Calasso hizo suya. Esa es la biblioteca perfecta. La que abre
barrios para la sorpresa.
En Cómo ordenar una biblioteca, un
pequeño volumen que Anagrama publicó recientemente, Calasso hace una
revelación significativa. En algún momento decidió que los libros que lo
rodeaban en casa estuvieran envueltos en un papel de seda. El pergamino
que utilizan los anticuarios franceses sirve para proteger la tapa de
los libros del envejecimiento por efecto del sol y del polvo. Pero no es
esa la razón por la cual el florentino cubría pacientemente los libros
de su biblioteca personal. En realidad, los cubría para ocultarlos, para
atenuar sus colores, para disimular título y autor. El papel que usaba
hacía casi irreconocible las inscripciones del lomo. La cubierta de
papel de seda alejaba de esa manera la mirada indiscreta del visitante
que no podrá identificar de inmediato de qué estaba hecho "el paisaje
mental del dueño de la casa". La intimidad del lector puede insinuarse,
pero no se revela. Solo el elegido habría de desnudar el libro.
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