Cuauhtémoc en El Escorial*
Conmemorar
es hacer memoria juntos. Quisiera entonces comenzar por recordar a la
gran civilización conquistada. Cubría una inmensa superficie en cuyas
urbes magníficas convergían los más diversos oficios y las artes más
refinadas. Aquel orden garantizaba el abasto de agua, víveres y materias
primas, y contaba con una extensiva y minuciosa organización de la
fuerza de trabajo. Había valores éticos y estéticos en esas naciones, y
había también, aunque incomprensible para nosotros, una religión que
daba sentido a sus vidas. Era un continente perdido en la geografía y la
historia, una zona no solo remota sino ajena a Europa, África y Asia,
que llevaban siglos de conocerse. Quizá en esa condición insular estuvo
el origen de su tragedia, que no terminó con la derrota de los mexicas y
los reinos circundantes. El benemérito franciscano fray Toribio de
Benavente -apodado "Motolinía", "el pobrecito", en Náhuatl- incluyó a
las encomiendas, tributos y la esclavización de los indios entre las
diez plagas que los afligieron en las primeras décadas posteriores a la
Conquista además de las diversas epidemias que, solo ahora, por
sufrirlas en carne propia, tenemos la posibilidad de imaginar. Pasado el
tiempo, fue levantándose una nueva realidad, pero los efectos de esa
destrucción -así haya sido parcial- marcarían el destino social,
económico y demográfico de México.
Estos,
me parece, son hechos incontrovertibles, pero la historia no es un
tribunal, y el deber del historiador -sobre todo ante un drama a tal
grado remoto- no es juzgar sino ante todo documentar, explicar y
comprender. En el primer ámbito, el avance ha sido continuo y notable. A
las fuentes originales, tanto españolas (cartas, crónicas, historias)
como indígenas (pictografías, anales, mapas, documentación legal o
cotidiana), se fueron sumando hallazgos, ediciones críticas,
interpretaciones novedosas... Estos trabajos comienzan inmediatamente
después de la Conquista y en ellos se hermanan cronistas indígenas,
frailes españoles, científicos criollos, sabios europeos, historiadores
novohispanos y mexicanos.
No
menos notable ha sido el progreso en la tarea de trazar las causas de
los hechos. Gracias a la obra extraordinaria de Hugh Thomas conocemos
mejor el perfil de los compañeros de Cortés y podemos ponderar factores
determinantes en el desenlace, como los contrastes en la tecnología y
hasta la concepción misma de la guerra. Una escuela de interpretación ha
puesto el énfasis en la constelación de pueblos indígenas, no solo como
aliados de los conquistadores (que lo fueron, decisivos) sino como
agentes de su propio destino.
Algunos
historiadores pensamos que tan importante como discurrir las causas de
los hechos es acercarnos a su sentido. Y es ahí, en la comprensión,
donde persiste el mayor enigma. ¿Qué leyeron uno en el otro, Moctezuma y
Cortés? ¿Cómo interpretar la aparente pasividad de Moctezuma? ¿Cómo
entender el ímpetu histórico de Cortés? ¿Qué papel jugó doña Marina, la
famosa Malinche, que traducía de un idioma a otro esas lecturas
distantes? Gracias a la gran biografía de Hernán Cortés escrita por José
Luis Martínez podemos acercarnos al Cortés histórico, no al mitológico.
Pero la perplejidad no cede. Por eso los historiadores debemos convocar
a los poetas. Ellos comprenden mejor.
Hace
exactamente un siglo, año del cuarto centenario que sería también el de
su prematura muerte, Ramón López Velarde, uno de los más eminentes
poetas mexicanos, invocaba en un célebre poema al sufrimiento de
Cuauhtémoc y de su pueblo con imágenes que resumen volúmenes de
información: se refiere al "azoro de sus crías", al "sollozar de sus
mitologías". Pero enseguida, hablando al héroe, introduce unas líneas
proféticas:
Anacrónicamente,
absurdamente,
a tu nopal inclínase el rosal;
al idioma del blanco, tú lo
imantas
y es surtidor de católica fuente
que de responsos llena
el victorial
zócalo de cenizas de tus plantas.
Las
tres imágenes -la flor europea saludando a la planta americana, el
canto náhuatl que enriquece a la lengua española, la tortura de aquel
tlatoani como una prefiguración cristiana- anticipan la visión del
precioso ensayo titulado "Novedad de la Patria" en el que López Velarde
define a la patria mexicana en seis palabras que doblan la página de la
Conquista y abren la página de nuestra historia compartida:
Castellana y morisca, rayada
de azteca
* Fragmento del discurso de recepción del Premio de Historia Órdenes Españolas del año 2021
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