jueves, 15 de julio de 2021

Arte aurático

Arte post-Aurático (*)

-Avelina Lésper, marzo de 2011

La adicción de Occidente a la fatalidad lleva a creer que "todo está escrito". La historia del pensamiento está saturada de predicciones mal interpretadas, que nos hemos empeñado en hacerlas cumplir. En 1936 Walter Benjamin afirmó que la obra de arte por su condición extraordinaria de autoría, originalidad, permanencia y unicidad posee un aura que la hace un objeto de culto. La reproducción mecánica de la obra la despojaría del aura y del culto hacia ella. Analizaremos una predicción errónea por un concepto equivocado basado en términos falsos.

Admiración y culto son actitudes distintas ante el objeto observado. El arte, desde sus inicios, es un proceso intelectual que detona en su contemplación múltiples reacciones. La contemplación no es pasiva, el culto y el aura son términos religiosos que denigran la posición del espectador frente a la obra de arte. La adoración religiosa es irracional y evita el cuestionamiento y la investigación. El que rinde culto no duda de su objeto de adoración. La fe que motiva el culto es un estado de inconsciencia ante la realidad, de ausencia de análisis.

El impacto que tiene la obra de arte sobre el espectador, no tiene nada que ver con la adoración fetichista sin sentido intelectual de, por ejemplo, reliquias religiosas. Esta denominación de aura se convirtió en un objetivo a combatir por el hecho de que supone una distancia entre el espectador y la obra. El aura impone una condición de superioridad: la obra es más grande que yo, la obra está lejos de mí, está realizada por un genio, es intocable. Aun siendo una obra maestra, es resultado del trabajo de una persona, no hay nada de metafísico en ella, no existe sabiduría infusa o divinidad sobrenatural, es únicamente humilde trabajo humano. La obra puede ser admirable o cuestionable, aplaudida o rechazada, no exige la comunión absoluta del que mira. A partir del discurso de Benjamin, la destrucción del aura se convirtió en una misión que acercaría al espectador a la obra, porque ya no tendría esa presencia imponente e intimidatoria que supone el culto, dando paso al arte post aurático. 

Pero el arte post aurático no existe, estamos ante el apogeo del arte aurático, del objeto de adoración irracional. El tema y la factura, lo que en primera instancia hace a la obra sobresaliente, ya no son importantes, debemos pensar en lo que significa, no en lo que es. Esto hace de la obra justo lo contrario de lo que Benjamin dice, la obra que se admira sin valores tangibles es aurática porque implica un culto irracional, una admiración que se sostiene en la fe en valores sobrenaturales, en lo que le dicen al espectador que la obra es, no en lo que la obra representa en la realidad. Las obras contemporáneas reclaman admiración por un significado metafísico o aurático que no es evidente para nadie pero existen como obras de arte en la medida en que creamos en este discurso, antes no. El aura es lo único que sostiene a estas obras sin valores visibles. Para la religión y el arte contemporáneo, a diferencia de la ciencia, la verdad no es objetiva, todo está sometido a interpretaciones y significados, unos zapatos sucios no son unos zapatos sucios, son lo que significan y esto le da a la obra un valor metafísico. El significado no es una subjetividad, es una arbitrariedad. Es la imposición de un concepto que carga de importancia a algo que no la tiene y en la medida en que este significado sea más complejo la obra aumenta su valor. Sin un criterio de evaluación que lo haga verificable, es como toda arbitrariedad metafísica, un capricho. El poder teologal y mesiánico del curador y del artista le confiere aura a todo lo que tocan convirtiéndolo en arte. 

(*) Fragmento de la conferencia dictada en el "Segundo Coloquio de Arte y Decodificación Visual" en el Instituto Cultural Helénico.

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