martes, 27 de abril de 2021

¿La calle Herrera y Cairo son dos (como Batman y Robin) o es uno? Historia cellejera.

José Ignacio Herrera y Cairo nació en Guadalajara, Jalisco, el 2 de junio de 1826. Fueron sus padres el doctor Anacleto Herrera y la señora Atilana Cairo.

 José Ignacio Herrera y Cairo (abreviaremos con las siglas H y C) estudió Latín y el Curso de Artes en el Seminario Conciliar de Guadalajara.

En 1840 ingresó a la Universidad Nacional de Guadalajara donde se matriculó en Medicina. En 1845 se recibió de médico cirujano y se integró al cuerpo docente de la Escuela de Medicina de Guadalajara.

H y C fue miembro del Consejo de Gobierno de Jalisco en 1855. Y del 30 de mayo al 30 de julio de 1856 se convirtió en gobernador sustituto de Jalisco.

Su breve gestión gubernamental resultó muy complicada por las diferencias entre su gobierno y la comandancia militar, así como por las constantes invasiones del Gobierno Federal y la furiosa oposición del clero, pues H y C era considerado un político liberal, masón y comecuras (igual que Benito Juárez y Lerdo de Tejada). En ese sentido, se volvió famosa una reunión a la que convocó en Palacio de Gobierno. En efecto, el 11 de julio de 1856, H y C hizo llevar por la fuerza a Palacio al popular canónigo Juan Nepomuceno Camacho (una especie de bocardenal Sandoval del siglo XIX) y a los prelados de las variadas órdenes religiosas: franciscana, dominica, agustina, carmelita y mercedaria, a quienes reprendió de manera  severa y pública, por alentar al pueblo y a los enemigos políticos embozados, contra él y su gabinete (algo similar al linchamiento actual, a través de anónimos y perfiles falsos, en las redes sociales) mediante prédicas  y sermones incendiarios. Ese acto caló profundamente a curas y militares que azuzaron aún más a los partidarios de destituir a H y C.

Finalmente, ante las descaradas intromisiones en su gestión del Gobierno Federal y quebrantado de salud, H y C decidió traspasar la gubernatura de Jalisco al general Anastasio Parrodi y retirarse así, de toda actividad política para consagrarse a su profesión de médico.

 

En la Hacienda de la Providencia H y C se dedicó a la agricultura y en Ahualulco y poblaciones aledañas, ejerció como doctor de manera gratuita, por lo que se ganó el respeto y la estimación de cuantos lo trataron. Sin embargo, por intrigas de su enemigo el doctor Liceaga (envidioso profesional), quien lo acusó de guardar armas precisamente en la Hacienda de la Providencia, el general Casanova ordenó enviar a Ahualulco, una columna de quinientos hombres al mando del coronel Manuel Piélago, para apresar a H y C, el 20 de mayo de 1858. Desde el mismo escritorio, el general Casanova, alentado por clérigos y políticos afines al régimen federal, dictó la orden de fusilar al doctor José Ignacio Herrea y Cairo, al día siguiente.

Así fue el trágico desenlace según crónica de la época:

"A las dos de la mañana del día 21 de mayo de 1858, el cura párroco (de Ahualulco) y un oficial fueron a la botica, pidiendo, con receta del preso, dos onzas de cloroformo, dosis que acostumbraba tomar cuando le daban unas fuertes cefalalgias que con alguna frecuencia le atacaban y el farmacéutico ministró el narcótico. A las seis de la mañana [...] el coronel Piélago mandó se efectuara la ejecución. A esa hora Herrera y Cairo estaba aún narcotizado, y fue preciso, para conducirlo al lugar designado para fusilarlo, que lo alzaran en peso los soldados llevándolo de las manos y de los pies. Al pie de un fresno, en la plaza principal, se le recostó sobre el tronco del árbol y en tal posición lo fusiló la tropa, dándole dos balazos que destrozaron el cráneo y otro que penetró en el pecho y salió por la espalda. H y C tenía 32 años. Cumplida la orden de sus superiores, el coronel Piélago regresó con su tropa a Guadalajara, abandonado el cadáver en el sitio de la ejecución y dejando profundamente consternado al vecindario."

Como ocurre siempre con los hombres justos, llovieron los homenajes post mortem. Así, el gobernador del estado Pedro Ogazón, declaró, el 17 de junio de 1858, Benemérito de Jalisco al doctor Herrera y Cairo.

En marzo de 1892 sus restos fueron trasladados a Guadalajara e inhumados en el Panteón de Belén. Asimismo, por decreto del cabildo tapatío, se le dio su nombre a una calle de la ciudad.

 

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