martes, 16 de febrero de 2021

Carlos Pellicer/ Villahermosa, Tabasco, 16 de enero de 1897 - CDMX, 16 de febrero de 1977



Trópico, para qué me diste
las manos llenas de color.
Todo lo que yo toque
se llenará de sol.
En las tardes sutiles de otras tierras
pasaré con mis ruidos de vidrio tornasol.
Déjame un solo instante
dejar de ser grito y color.
Déjame un solo instante
cambiar de clima el corazón,
beber la penumbra de una cosa desierta,
inclinarme en silencio sobre un remoto balcón,
ahondarme en el manto de pliegues finos,
dispersarme en la orilla de una suave devoción,
acariciar dulcemente las cabelleras lacias
y escribir con un lápiz muy fino mi meditación.
¡Oh, dejar de ser un solo instante
el Ayudante de Campo del sol!
¡Trópico, para qué me diste
las manos llenas de color! 

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Hermano Sol, cuando te plazca, vamos
a colocar la tarde cuando quieras.
Tiene la milpa edad para que hicieras
con puñados de luz sonoros tramos.

Si en la última piedra nos sentamos
verás cómo caminan las hileras
y las hormigas de tu luz raseras
moverán prodigiosos miligramos.

Se fue haciendo la tarde con las flores
silvestres. Y unos cuantos resplandores
sacaron de la luz el tiempo oscuro

que acomodó el silencio; con las manos
encendimos la estrella y como hermanos
caminamos detrás de un hondo muro.

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Al Doctor Atl

De aquel hondo tumulto de rocas primitivas,
abriéndose paso entre sombras incendiadas,
arrancándose harapos de los gritos de nadie,
huyendo de los altos desórdenes de abajo,
con el cuchillo de la luz entre los dientes,
y así sonriente y límpida,
brotó el agua.

Y era la desnudez corriendo sola
surgida de su clara multitud,
que aflojó las amarras de sus piernas brillantes
y en el primer remanso puso la cara azul.

El agua, con el agua a la cintura,
dejaba a sus adioses nuevas piedras de olvido,
y era como el rumor de una escultura
que tapó con las manos sus aéreos oídos.

Agua de las primeras aguas, tan remota,
que al recordarla tiemblan los helechos
cuando la mano de la orilla frota
la soledad de los antiguos trechos.

Y el agua crece y habla y participa.
Sácala del torrente animador,
tiempo que la tormenta fertiliza;
el agua pide espacio agricultor.

Pudrió el tiempo los años que en las selvas pululan.
Yo era un gran árbol tropical.
En mi cabeza tuve pájaros,
sobre mis piernas un jaguar.

Junto a mí tramaba la noche
el complot de la soledad.
Por mi estatura derrumbaba el cielo
la casa grande de la tempestad.
En mí se han amado las fuerzas de origen:
el fuego y el aire, la tierra y el mar.

Y éste es el canto del Usumacinta
que viene de muy allá
y al que acompañan, desde hace siglos, dando la vida,
el Lakantún y el Lakanjá.
¡Ay, las hermosas palabras,
que sí se van,
que no se irán!

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