lunes, 22 de junio de 2020

El culto a la personalidad como fuerza política

Del lopezobradorismo
-Jesús Silva-Herzog Márquez, 22 jun 2020, Reforma 
Encuentro razón en las voces del oficialismo cuando advierten que los críticos del gobierno hablamos demasiado del Presidente. Ustedes (dejo los adjetivos que suelen usar) denuncian la concentración del poder y no hacen más que hablar de López Obrador. Su entretenimiento es dedicarse a comentar lo que hace y lo que dice. Si alguien encumbra al Presidente son sus críticos al convertirlo en obsesión. Pueden tener razón: lo más fácil para la crítica es tomar cualquier fragmento del circo matinal para exponer el absurdo. Criticando la restauración del hiperpresidencialismo, reproducimos tal vez la vieja cultura presidencialista que reduce la política a las señales que emite el Ejecutivo. La crítica es válida y me parece buena invitación para hablar del lopezobradorismo, más allá del caudillo. ¿Dónde está el lopezobradorismo? ¿Qué es? 

Podríamos decir, en primer lugar, que no está en el gobierno. Hablar del lopezobradorismo no es hablar de ese gabinete de fachada que lo acompaña en las ceremonias y que tiene que capotear sus ocurrencias. Ese equipo de nulidades, del que apenas puede rescatarse al canciller que resuelve todas las emergencias, no representa más que el remanente de una estrategia de campaña. El gabinete se conformó para proyectar una imagen de moderación que no corresponde en lo más mínimo al perfil del gobierno y su proyecto de transformación. Para dar confianza a quienes veían en el candidato de Morena a un radical, se apostó por rodearlo de figuras francamente centristas. La fotografía del equipo del candidato parecía una selección de gobiernos previos. Una ministra de la Suprema Corte, algún foxista, colaboradores de Vicente Fox y de Ernesto Zedillo. Perfiles, en su mayoría, técnicos y negociadores. Más allá de la cartera de Energía y de la Función Pública, se perfilaba un equipo reformista y pragmático que ha quedado totalmente nulificado. La permanencia de estos funcionarios en su oficina no es señal de respaldo sino de desprecio. 
' El lopezobradorismo está en otra parte. Puede ser una fuerza electoralmente menguante, pero es la entidad política más sólida en el país. No hay nada que se le acerque en este momento. Su centro de unidad no es un proyecto, sino una persona. Sus defensores no se cansan de reiterarlo. En el bochornoso culto de la personalidad se muestra este carácter. Se trata de una singularidad inquietante. No hablo solamente del desagradable espectáculo de la adulación, del indigno acomodo de las convicciones para justificar cualquier dicho o acto presidencial. Me refiero a la restauración del personalismo como criterio de identificación política. El lopezobradorismo carece, precisamente por eso, de esqueleto ideológico. Una definición intelectual, a fin de cuentas, fija un rumbo y limita el capricho del dirigente. No busquemos en el lopezobradorismo un proyecto intelectual, un proyecto económico, una visión de la cultura. Ahí, francamente, no hay nada. Las frases que repite mil veces son eso: tonaditas que tal vez en algún momento sonaron bien y que hoy nada dicen. No hay un programa político que salga de la fraseología del mitin. La prédica económica tira a la basura la rica tradición intelectual que en la izquierda ha explorado durante décadas las condiciones materiales de la desigualdad, se desentiende de la discusión económica contemporánea y recurre a un moralismo bobo y cursi que confía en la trasmisión osmótica de la pureza. No necesita hacer una sola suma para repetir, convencido, que la austeridad multiplicará los panes. Un thatcherismo mocho. 

Quiero decir que el lopezobradorismo no es un gobierno, ni es un partido ni una ideología. El lopezobradorismo es una fuerza política innegable porque encarna la emoción antioligárquica. Esa emoción, poderosísima y auténtica, conduce la vida pública mexicana. Estoy convencido de que carece de las políticas y de las ideas que harían falta para darle cauce a esa pasión, pero tiendo a pensar que, más allá de los resultados de la administración y del previsible fracaso de su estrategia, quedará como una energía protagónica en la vida política de México para las próximas décadas. El lopezobradorismo no terminará en el sexenio de López Obrador.

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