jueves, 9 de enero de 2020

"Acoso"... o seducción

El acoso real

JAQUE MATE / Sergio Sarmiento
en REFORMA, 3 abr 2019

"Si todo es acoso, nada es acoso"
-Marta Lamas

Toda mujer tiene una historia de acoso, ninguna queda realmente exenta. Desde que tenemos registros históricos los hombres han usado la violencia y el hostigamiento para imponer su voluntad sobre las mujeres. Las han reducido a presas de cacería sexual o a propiedad privada.

Son innumerables los relatos de manoseos en el Metro, autobuses y calles, o de acosos sexuales en centros de trabajo. Una escritora cuenta cómo un periodista le pidió sexo a cambio de una entrevista. Me muestra también cientos de mensajes anónimos de odio y acoso; presentó denuncia ante el Ministerio Público, pero la policía federal cibernética le dijo que no podía hacer nada. Están también las mujeres que duermen con el enemigo y son insultadas y vejadas de manera cotidiana por sus propias parejas.
Todos los días nos enteramos de historias de mujeres golpeadas, violadas y asesinadas. Lydia Cacho, quien ha escrito ampliamente sobre el tema y ha impulsado refugios para mujeres, escribe en Twitter: "He documentado miles de actos de violencia brutal a lo largo de 30 años de carrera. Todos los días seis mujeres son asesinadas en México por un hombre que quiere impedir que ejerzan sus libertades".
El acoso es muy serio, no se puede minimizar. Por eso mismo es importante combatirlo... pero combatir el acoso real y no la torpeza o la coquetería.

"El acoso sexual es repugnante, pero no todas las denuncias que se hacen pueden considerarse acoso", escribe Marta Lamas en Nexos. "El discurso del feminismo radical sobre el 'acoso sexual' ha generado prácticas injustas y ha erosionado el debido proceso". Eliminar la presunción de inocencia, con el argumento de que toda acusación de una mujer es válida por el hecho de proceder de una mujer, o avalar las acusaciones falsas o exageradas, solo debilita el combate contra el acoso real.

Las empresas y las instituciones deben establecer criterios y protocolos justos de actuación ante las acusaciones de acoso. Despedir a alguien porque se le acusa sin pruebas o con una historia con inconsistencias solo incentiva las acusaciones falsas y las venganzas. Una acusación de acoso es demasiado importante para aceptarla o rechazarla sin un análisis serio. Es indispensable conducir investigaciones profesionales, de preferencia con especialistas externos que no estén sometidos a las cadenas de mando de la institución. Debe impedirse cualquier acto de represalia contra quien presente la acusación, pero no se puede sancionar al acusado sin darle derecho de audiencia.

En las redes sociales estamos viendo hoy verdaderos linchamientos. Hay que aprender a distinguir entre las acusaciones de acoso y las de simple interés sexual o amoroso. No es lo mismo un manoseo que una mirada lasciva, una agresión que un piropo. Hay que aprender también a ser escépticos. Nadie tiene el monopolio de la verdad simplemente por su género. El lema #YoLesCreoAEllas no es más que la confesión de un ánimo de linchamiento.

Al final, el éxito en esta lucha debe venir del castigo al acoso real, pero también del fortalecimiento de la confianza de las mujeres en sí mismas, eso que algunos llaman empoderamiento. Mónica Soto Icaza escribe en Twitter: "Entré muy joven al ámbito literario y periodístico. Cuando he vivido acoso, los susodichos terminan con la cola entre las patas. Si los encaras sin miedo y en vez de llorar reaccionas y hablas a los ojos, neutralizas la violencia y manifiestas tu poder. #MeTooEscritoresMexicanos".

· PLUSCUAMPERFECTO

La acusación de la denunciante anónima que orilló al suicidio a Armando Vega Gil decía: "Si hubiera tenido un gramo más de inocencia y hubiera ido a su casa sola, estoy segura de que ese viejo hubiera abusado de mí". Hubiera. Pretérito pluscuamperfecto del subjuntivo. Algo que nunca tuvo lugar.
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 Por una vida sexy

Falso acoso

Por Mónica Soto Icaza /01-06-2020, revista Vértigo


Emmanuel S. es profesor universitario. Amante de la fotografía, su carrera profesional se ha desarrollado alrededor del periodismo de espectáculos en medios renombrados. Hace unos años, producto de la crisis en los medios impresos, un recorte de personal lo llevó al territorio del desempleo.

Como estudiar es su pasión —tiene en su haber dos maestrías y se encuentra en proceso de culminar la tercera—, entró a dar clases a la misma universidad en la que cursó licenciatura y dos posgrados.

Gilberto E., doctor en Filosofía, también es docente universitario. Con más de diez años de experiencia ha estado al frente de unos dos millares de alumnos, siempre bien ponderado en sus evaluaciones como maestro.

Emmanuel y Gilberto son buenas personas, con gran actitud de servicio y apertura para generar comunicación con los estudiantes en aras de mejorar el nivel académico y la calidad de profesionistas que los jóvenes serán en el futuro. Pero ambos cometieron un error: ser exigentes, pedir respeto entre autoridad educativa y pupilo, poner límites y reglas claras de trabajo en sus grupos, “reprobar” a alumnos que no alcanzaron a cumplir con los requisitos básicos de evaluación.

Como mujer víctima de acoso y feminista, hace poco denuncié a un agresor anónimo, que gracias a la investigación de la Fiscalía General de la República se descubrió era una mujer cercana a mí. Así que cuando escribo esto lo hago desde la trinchera de quien desea y trabaja por el derecho de cualquiera a vivir con libertad y con verdad.

Hace unas semanas, con diferencia de días, ambos hablaron conmigo acerca de un problema común: fueron acusados de acoso sexual. La universidad respondió según el protocolo de su comité de sana convivencia, el cual aplaudo; a estas alturas es necesario que haya mecanismos de control y protección en las instituciones para cuidar a maestras, alumnas, colaboradoras y externas.

Responsabilidad


Mas lo oscuro e injusto de estos dos casos es que no se trata de dos asuntos de acoso sino de venganza. Porque a las alumnas, por diferentes motivos, no les simpatizaron los maestros y decidieron deshacerse de ellos al precio que fuera. Aunque ese precio implique destruir la reputación y el empleo de dos personas que sencillamente estaban haciendo su trabajo.

En un país donde son asesinadas diez mujeres al día (ONU), donde 66.1% de las mayores de 15 años hemos sufrido violencia de cualquier tipo y cualquier agresor (INEGI, aunque yo no conozco a ninguna mujer que no haya sido acosada de alguna manera), es irresponsable y perverso acusar con mentiras y por revancha a alguien inocente solo porque no nos gusta su forma de trabajar o no nos cae bien.

En un país con esta sed de justicia por tanta desigualdad, tantos feminicidios, tanto abuso y tanto acoso es relativamente sencillo acusar a cualquier hombre o mujer, pero eso no hace más que afectar la verdadera lucha de quienes buscan con desesperación a sus mujeres secuestradas por las redes de trata; de quienes lloran el feminicidio de su madre, su hermana, su hija; de quienes trabajamos para visibilizar esa violencia.

Las falsas acusaciones de acoso, secuestro y violencia; utilizar de pretexto una agresión sexual para justificar errores personales o mostrar animadversión ideológica, moral o de cualquier tipo, son actos egoístas que destruyen vidas enteras y dañan la lucha auténtica por los derechos de la mujer, trivializan el conflicto de la violencia y provocan retroceso en los logros que se han conseguido con tantas lágrimas, sudor, sangre e infinidad de batallas.

Por eso es tan importante actuar con verdad y responsabilidad.

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