Amado Nervo
- Guadalupe Alonso entrevista a Juan Villoro
La poesía de Amado Nervo es fácilmente recordable por su magia verbal, me comenta Juan Villoro. De chico aprendió el poema sobre los niños héroes, y aunque no lo comprendía, pervive en su memoria:
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Como renuevos cuyos aliños un viento helado marchita en flor,
así cayeron los héroes niños ante las balas del invasor.
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Tiene esta música verbal que se te queda, dice Juan, esa fuerza musical del idioma. Fue un poeta muy exitoso en la generación de mi abuela y de quienes lo leyeron a finales del siglo XIX, principios del XX. Uno de los poetas más leídos jamás en la historia, como se confirmó en su multitudinario funeral.
Nervo murió en Montevideo, el 24 de mayo de 1919, y lo trae a México un cortejo fúnebre que recorre durante seis meses algunos puertos de América Latina. En cada uno de los lugares donde se detiene la embarcación se le rinden homenajes. Las mujeres se desmayan al escuchar sus poemas de amor, luego miles de pañuelos blancos lo despiden, y así sucesivamente hasta que llega a Veracruz. Ahí es recibido con una salva de 21 cañonazos. A la capital llega en tren, lo velan en la Universidad Nacional y lo entierran en la Rotonda de los hombres ilustres. Una tercera parte de los habitantes de la Ciudad de México asistió al funeral. Nunca un entierro fue tan concurrido. Esto habla de un poeta que supo conectar con la sensibilidad de la gente.
Para los poetas posteriores, Nervo resulta anticuado, ridículo, por no decir cursi. Las vanguardias le dan la espalda. Queda como el poeta a quien había que recitar por fuerza cuando hablábamos de los Niños Héroes, de la raza de bronce, un poeta oficial, poco interesante. Lo que me cautiva de él no es tanto su poesía sino el fenómeno que representa, un poeta múltiple, de muchas vertientes. Fue fundador del periodismo rosa, escribió crónicas de sociales en los periódicos de Mazatlán, fue precursor de la ciencia ficción moderna en México. La última guerra es un texto que prefigura a George Orwell y su granja de animales. Redescubrió a Sor Juana. Nervo va en un tren, se descompone la locomotora en Nepantla, entonces se baja y dice: "Estoy en el territorio de Sor Juana, ¿qué es esto? Tenemos que reivindicar a la gran escritora del Siglo de Oro mexicano", y escribe Juana de Asbaje. Fue teósofo, para algunos el primer jipi de América Latina porque practicaba un pacifismo universal muy especial.
Parte del éxito de Amado Nervo y Rubén Darío se debe a que se integraron al parnaso literario en París y luego participaron en la diplomacia. En Europa, entran en contacto con grandes poetas, aprenden idiomas, conviven con las vanguardias. Es un trabajo de ascensión cultural extraordinario. Logran, así, tener una red internacional de gente que va creando todo un movimiento. El modernismo tiene que ver con eso, con las ilusiones de una clase media naciente que anhela estar en el gran mundo y, en cierta forma, lo inventa. Viene, entonces, toda esa época en que los poetas están emprincesados, escriben de castillos, de estanques con cisnes, dicen que comen faisanes, cosas que no han probado nunca, es decir, con zapatos rotos describen un mundo suntuoso que no conocen, tratando de apropiárselo a través de las palabras y, en buena medida, lo logran. Nervo, poco a poco, abandona la retórica, ciertas formas hechas, y se acerca a una sinceridad de la expresión. En algún momento dice: "Mi trayectoria no tiene tanto que ver conmigo sino con la sinceridad de mi vida. He asumido un discurso franco y espontáneo". De hecho, el más famoso de sus poemarios, La amada inmóvil, sobre la muerte de Ana Cecilia Dailliez, su mujer, es un acto de desahogo muy espontáneo, un mea culpa gigantesco, porque sintió que no había hecho lo suficiente para salvarla de la muerte. Esta progresiva sinceridad es uno de los grandes temas a analizar en Amado Nervo, quizá no tanto en la poesía, sino en otras formas como las letras de la canción romántica.
A Nervo le interesaba la música y tenía un sentido musical extraordinario en su poesía. Hay un ritmo muy marcado, pero como los poetas posteriores lo consideraron demasiado sentimental, cursilón, casi patético, fueron los compositores de la canción romántica quienes se apropiaron de él a través de dos figuras esenciales: Guty Cárdenas y Agustín Lara. Esa mitología del hombre que ha querido a las mujeres y ha sido abandonado por todas, esta figura absolutamente romántica, está calcada del modernismo y, en gran medida, de Amado Nervo. Compositores como Juan Gabriel, quizá sin estar conscientes, han seguido esa estela y, de una manera muy directa, pasaron de Nervo a Agustín Lara y a su propia obra.
A Nervo le toca una época muy singular, el momento en que los recitales de poesía se convierten en auténticos lugares de ceremonia laica, un espacio alterno a las iglesias donde, con cierta transgresión, se habla de romanticismo, de amor. Los poetas de ese entonces son los nuevos heraldos del sentimiento, y la gente se congrega ahí para tener emociones que no pueden tener en las iglesias. Es un desplazamiento cultural formidable. Por sus intereses místicos, espirituales, y su conocimiento de la teosofía, Nervo se piensa como un intercesor entre fuerzas sobrenaturales o fuerzas que demuestran que la naturaleza es sagrada. Él ve este filtro entre lo trascendente y la gente común, entonces simplifica su forma de decir en favor de un contacto más directo con las personas. Para los críticos posteriores esto lo convierte, más que en un poeta, en una especie de misionero espiritual. Nervo asume esta función, cultiva mucho su imagen. Todo en él está calculado para presentarse como un hombre sensible, sufriente, alguien que ha pecado, se ha arrepentido y puede comunicar sus dolores de esa manera. Siente que de la visión del abismo puede brotar la transformación espiritual, y se manifiesta como una especie de San Agustín, un pecador arrepentido que, por haber caído muy bajo, puede vislumbrar cosas más altas. Así seduce a muchas personas.
Nervo es un escritor popular y un renovador de múltiples formas. Entenderlo significa comprender a alguien que transformó la sensibilidad mexicana a través de su poesía, que se interesó en muchos órdenes de lo cultural y conectó con la sensibilidad popular. Sus novelas breves son de alto contenido erótico. El donador de almas es quizá la primera novela trans en México, sobre un individuo que tiene en su cerebro el alma de una mujer y el alma de un hombre. El propio Nervo dice que es un caso de hermafroditismo intelectual. Es una comedia escrita en 1899 que prefigura buena parte de la narrativa posterior del siglo XX. Ese Nervo transgresor, vanguardista, está por descubrirse porque para mí era el poeta un tanto cursi que le gustaba a mi abuela, y esto oscureció la faceta del escritor insólitamente transgresor que ella nunca leyó y que me estaba destinado.
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