sábado, 7 de abril de 2018

Soy connotativo

La ambigüedad del lenguaje 

-Carlo Frabetti 

Si el lenguaje no fuera ambiguo y dependiente del contexto, si no tuviera un plano connotativo distinto para cada persona ligado a sus experiencias individuales, las palabras carecerían de margen de ambigüedad, todo sería claro y no habría mentiras, falsedades ni falacias (pero tampoco poesía)

Cuando le preguntaron a Aristóteles: "Si pudieras pedirles a los dioses algo que beneficiara a toda la humanidad, ¿qué les pedirías?", él respondió: "Pediría que hicieran que las palabras significaran lo mismo para todos".
Por suerte, los dioses no escucharon la petición de Aristóteles. Porque para que dos personas se entendieran a la perfección, es decir, para que entendieran todas las palabras –con todos sus matices y connotaciones– de idéntica manera, tendrían que ser prácticamente la misma persona. En el plano denotativo del lenguaje podemos lograr niveles de acuerdo relativamente satisfactorios; de lo contrario, hablar no serviría de nada y las sociedades humanas no existirían como tales. Pero el plano connotativo es, en gran medida, un universo personal e intransferible (o de muy difícil transferencia: por eso existe la literatura, y especialmente, la poesía). Eso da lugar a numerosos desencuentros, malentendidos y alimenta una irreductible sensación de alteridad (que Kafka expresó magistralmente: "Yo me conozco; en los demás, sólo creo; esta contradicción me separa de todo"). Puede que sea muy alto, pero ese es el precio de la individualidad. 
El pensamiento es fundamentalmente lingüístico. Somos lenguaje, incluso cuando callamos. Continuamente nos recorre un río de palabras, y somos los ecos innumerables que esas palabras multiplican en el irrepetible laberinto de nuestra mente. Por eso el sueño de Aristóteles, como tantos otros sueños filantrópicos, se resuelve en pesadilla. Si las palabras significaran exactamente lo mismo para todos, solo habría un individuo repetido millones de veces, y entonces sí, su soledad, atrapada en un laberinto de espejos, sería absoluta.

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