jueves, 5 de mayo de 2016

El poder del flautista

La reconciliación (que no es 'perdonar y olvidar' sino 'recordar  
cambiar') se complica y se hace compleja cuando intentamos 
abordarla sólo desde el plano intelectual. En algún punto, 
hemos llegado a pensar que el daño se aloja en la memoria 
cognitiva. El daño y la desesperanza se encuentran principalmente
en la memoria emocional. La razón por la que me gustan las artes
-música, teatro, danza, pintura, en cualquiera de sus formas- es
precisamente porque tienen la capacidad de construir un puente
entre el corazón y la mente (Weaver, 2003)

(...) el alcalde se cerró, se lamentó, fingió dificultades económicas, y, finalmente, despachó al flautista sin pagarle ni una moneda. Disgustado, el flautista regresó al día siguiente y volvió a tocar su flauta. Esta vez, vinieron los niños, y siguieron al flautista fuera de la ciudad, dejando a la comunidad sin la alegría de sus jóvenes voces ni vida para el futuro. La moraleja del cuento parecía clara: cuando se hace una promesa, es mejor mantener la palabra empeñada.
Cuarenta décadas después, cuando volví a leer el cuento, no fue esa la moraleja que me llamó la atención. Lo que aprecié fue el poder de un flautista para movilizar una ciudad, hacer frente a un mal y exigir responsabilidades a los poderosos. Sin poder visible, incluso sin ningún prestigio, y menos aún arma violenta, un flautista transformó toda una comunidad. Me llamó la atención del poder no violento de la música y del acto creativo. Ahora, la moraleja del cuento parecía ser esta: presten atención al flautista y a su música creativa, porque, como el viento invisible, tocan y movilizan todo lo que hallan en su camino.

-John Paul Lederach en La imaginación moral, editorial Norma

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