jueves, 4 de junio de 2015

Águila con el efebo

 A Júpiter

Tonante monseñor, ¿de cuándo acá
fulminas jovenetos? Yo no sé
cuánta pluma ensillaste para el que
sirviéndote la copa aún hoy está.

El garzón frigio, a quien de bello da
tanto la antigüedad, besara el pie
al que mucho de España esplendor fue,
y poca, mas fatal, ceniza es ya.

Ministro, no grifaño, duro sí,
que en Líparis Estérope forjó
(piedra digo bezahar de otro Pirú)

Las hojas infamó de un alhelí,
y los Acroceraunios montes no.
¡Oh Júpiter, oh, tú, mil veces tú!

-Luis de Góngora


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(*) Góngora compuso el poema 'A Júpiter' en ocasión de la muerte del joven Miguel de Guzmán, hijo del duque de Medina Sidonia, amigo del poeta. Al mencionado jovencito lo fulminó un rayo a mitad del campo. Ese fue entonces el símil del que partió Góngora: si Zeus (griego)/Júpiter (romano) arroja sus rayos desde las nubes del Olimpo, es a él a quien hay que reclamarle: "Tonante monseñor" -adviértase el tono de burla comparando a Júpiter con un alto eclesiástico o señor de los cielos-, "¿de cuando acá fulminas jovenetos?" .
Góngora además, asocia la figura del jovencito Miguel con la del pastorcillo Ganímedesel efebo más hermoso del mundo -según narra el mito- que vivía en la región de Frigia (de ahí lo de "garzón frigio") de quien Júpiter se enamoró al instante y, metamorfoseándose en águila, raptó al vuelo y transportó al Olimpo (de ahí el verso: "yo no sé cuánta pluma ensillaste", como si el águila tuviese montura de plumas como silla de montar tiene el caballo). Ya en la morada divina, Ganimedes además de ejercer de amante, se ocupaba de escanciar el néctar en la copa de Zeus/Júpiter ("para el que sirviéndote la copa aún está").
Góngora, buen lambiscón de la corte, adula al hijo fallecido del duque de Medina Sidonia, al suponerlo más bello o más poderoso que Ganimedes ("El garzón frigio, a quien de bello da tanto la antigüedad, besara el pie al que mucho de España esplendor fue, y poca, mas fatal, ceniza es ya").
Góngora carga de nuevo con sorna contra Júpiter, al referirse a uno de sus ayudantes como "ministro" y, en alusión velada al águila en que se metamorfoseó el dios, menciona un "grifaño" (el grifo era un monstruo mitad águila y mitad león), de ahí el verso: "Ministro, no grifaño -casi águila como Júpiter-, duro sí...").
La palabra "estéropes" es vocablo griego que significa "relámpago", pero aquí aparece con mayúscula: "Estérope", pues se refiere al nombre propio del artesano que trabajaba para Vulcano (el herrero de Júpiter), cuyo taller se encontraba en la isla italiana de Líparis (actual Lípari). Así, el verso: ("que en Líparis Estérope forjó").
Góngora, a sabiendas de que se trataba de los productos de un dios, compara los luminosos y brillantes relámpagos con la piedra preciosa del Perú (o en español antiguo, 'Pirú'): el oro, al cual incluso compara Góngora con la piedra bezoar que los alquimistas árabes reputaban como antídoto (eso significa la etimología de "bezahar") o remedio para todo mal. De ahí entonces, el verso: ("piedra digo bezahar de otro Pirú").
Góngora al final de nuevo alude a la belleza y fragilidad del jovencito Miguel de Guzmán, al compararlo con la pequeña, pero perfumada flor del alhelí destrozada por el rayo ("Las hojas infamó de un alhelí"), en vez de ir a caer en la cima ("Acro-") de los Montes Ceraunios, pararrayos de la olímpica cólera divina ("y los Acroceraunios montes no").
Góngora, de todos modos, refrenda su afecto por el omnipotente y cachondo dios del Olimpo:
 "¡Oh Júpiter, oh, tú, mil veces tú!

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