viernes, 3 de abril de 2015

Para re-leer en vacaciones/ O de resucitar al Monsi

La Semana Santa
De los encierros a las vacaciones
En el siglo XXI, la tradición prevaleciente de Semana Santa es el espíritu vacacionista. Persiste el ánimo religioso, los templos se llenan de fieles y los sermones se abaten sobre el espíritu contrito, el de los que atisban el Vía Crucis y la Resurrección desde su certeza terrenal: el consuelo de la fe compensa de la pena de no salir de la ciudad, porque además, aquí vienen los beneficios complementarios, no hay dinero, las carreteras son muy peligrosas, los hoteles están carísimos aunque medio vacíos, un cocofizz cuesta lo que un Mercedes Benz (exagero para menospreciar al automóvil), los mares y las albercas están contaminados, en los pueblitos te encuentras a todos los que no soportas en la ciudad, los hijos se niegan a acompañarte porque bostezan nomás de la perspectiva de estar a tu merced, tú mismo te estremeces de horror al imaginar los diálogos de tus suegros o de tus consuegros o de tu nuera que se siente en culpa desde que no hizo la visita de las Siete Casas por irse a contemplar el crepúsculo (eso alegó aunque tu hijo la trató de puta). Lo anterior es frívolo y difama a los fieles, pero no es necesariamente calumnioso desde el momento en que las creencias recibieron su tiempo fijo. (Se es creyente pero a sus horas. ) Y salvo una minoría conspicua, esto es válido para todos.
La tradición de las vacaciones... En el siglo XX los vacacionistas clásicos de México (y de su capital, que pretende el monopolio de lo típico y lo clásico) se dividen en dos grandes vertientes: la primera, la masificación iniciada en la década de 1940, se distingue por el culto de los bronceadores, y localiza su primer centro ceremonial en las playas de Caleta y Caletilla, en La Quebrada al lado de las miradas ansiosas que siguen al clavadista, en el gusto por las aglomeraciones que embotella las playas y le confisca a las olas su vocación tumultuosa. Y la otra vertiente, la de la cacería del Paraíso Perdido, indaga en los sitios desconocidos de la provincia y encuentra los escenarios idílicos donde se come regiamente por casi nada, y en donde los paisajes aportan el sentimiento devoto que se hubiese dado burocráticamente en las ceremonias eclesiásticas (eso dicen). ¡Ah, Tepoztlán en 1950! ¡Ah, Tlayacapan! ¡Ah, Chapala! (Medio siglo después, en esos u otros lugares alguien recuerda que conoció alguna vez un nativo del lugar. Ahora, la mayoría de los pobladores ya desciende de la etnia más poblada: la de los turistas extranjeros. )
- Carlos Monsiváis en Apocalipstick, Random House Mondadori, 2009

1 comentario:

elexploradordeloreal dijo...

Mon... Sí, vais... Ya vais, OK. Pero despuesito: me estoy quemando... A Yuval Noah Harari (De animales a dioses) ~Breve historia de la humanidad ~ re-comendable Manuel, para re-suscitar el tema.