sábado, 16 de febrero de 2013

A propósito de las pesadillas de Ratzinger deambulando en los pasillos del Vaticano/ Relato sacrohistórico

Estudio, 1953, Francis Bacon
Esteban VI, Sumo Pontífice de la Iglesia de Roma, vicario de Cristo en la Tierra, pastor de la Cristiandad, ordenó que desenterraran a su antecesor Formoso para juzgarle de cuerpo presente. Se plegó así al deseo de la emperatriz del Sacro Imperio y reina de Italia, Ageltrude de Spoleto. Los servidores del Vaticano extrajeron del sarcófago el cadáver de Formoso, le revistieron de pontifical, incluso con la capa pluvial bordada en oro que le había regalado Arnolfo de Carinzia, y le condujeron sentado en un trono púrpura hasta la basílica constantiniana. Allí le instalaron frente al Papa Esteban. Luego fue sometido a juicio en el llamado "Sínodo del cadáver". Era el 18 de febrero del año 897 y Roma ardía de expectación. El Papa muerto nueve meses antes tuvo abogado defensor, un joven y pálido diácono, y dos acusadores: Dosio, cardenal de Santa Práxedes y el canonista Otilio de Valmontone.
El cadáver de Formoso, medio podrido y con los ojos vaciados en cuencas de mirada atroz, asistió a aquel juicio histórico. "Tú, usurpador, -clamó la acusación- has entregado a las vírgenes a la violación y a las viudas a fornicaciones forzadas". La relación de los latrocinios, prevaricaciones, lascivias y abusos relatados presagiaban la sentencia. Esteban VI condenó a su antecesor por usurpación del trono pontificio, declaró nulo su papado, maldijo su nombre y reprobó su memoria. Ordenó además que le despojaran de las vestiduras de pontifical y que le cortaran los tres dedos con los que impartía las bendiciones papales. Su cadáver fue entregado al populacho, entonces o bajo el pontificado de Sergio III, sometido a truculentas vejaciones y arrojado al Tíber. Liutprando de Cremona, escritor especialmente ácido, elogia, sin embargo, a Formoso por su "piedad y su ciencia de las cosas divinas". El pueblo romano, por cierto, asaltó meses después el palacio laterano y encarceló a Esteban VI, que fue estrangulado el 14 de agosto de ese año 897.
(...)
-Luis María Anson recuerda esta anécdota vaticana a propósito de un libro reciente (El Evangelio de Venus, de Alfonso S. Palomares) sobre la legendaria lujuria de los papas.

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