lunes, 19 de diciembre de 2011

Cuento prenavideño

La posada de la oficina no resultó como se esperaba. La expectativa de los caballeros de coquetear con las empleadas más guapas se vino abajo, pues todas acudieron enfundadas en vestidos más propios de carnaval travesti (tres lucieron idéntico modelo verde reptil con escamas de lentejuela, sólo diferenciado por las tallas: chica, mediana y extragrande), sobremaquilladas a tal grado que una de ellas, con los párpados sellados por el rímel de chapopote, tuvo que bailar a ciegas pegada a las paredes. Para colmo, el jefe, gentil macho alfa con su calva discretamente sembrada de vello púbico, se presentó con su hasta entonces desconocida esposa a quien el personal de seguridad confundió en la entrada con el conserje del edificio. El ponche sabía a yogur de fresa con tequila y de los canapés brotaban diminutos tentáculos que se agitaban en el aire. El momento de la piñata sin embargo, inundó de gozosa esperanza a todos los presentes. No por mucho tiempo, pues la robusta encargada del reloj checador, que fue vendada de los ojos y mareada en círculos, se abalanzó con el palo sobre los implantes de la encargada de la fotocopiadora. Junto con los dulces, cacahuates y colaciones esparcidos en el piso, desaparecieron dos paquetes de silicones. Al momento del brindis, el jefe, con los vellos ensortijados de su calva cubiertos de serpentinas, al alzar su copa tropezó con la encargada de la fotocopiadora que a gatas buscaba aún sus implantes. Fue necesario llamar a una ambulancia, pues el jefe se asfixiaba con la copa atorada en la nariz. Al arribar los paramédicos, mediante el despliegue coreográfico de un operativo espectacular, recogieron y se llevaron en un abrir y cerrar de ojos, a la encargada de la fotocopiadora a quien, después se supo, le fue implantado un trasero voluminoso. La esposa del jefe, en un esfuerzo por rescatar la posada, propuso que se realizara de inmediato el intercambio de regalos. Con tan mala suerte que a ella le tocó recibir el regalo del conserje del edificio: una jerga finamente estampada con motivos navideños. Ya en la camioneta de regreso a casa, la esposa dio rienda suelta a las lágrimas que secaba con la jerga, mientras el chofer que veía por el espejo retrovisor, preguntaba por qué el jefe lucía morado con una copa en la nariz. (MFM)

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