jueves, 6 de octubre de 2011

iSteve

Tu tiempo es limitado, no lo gastes viviendo la vida de otra persona
-Steve Jobs

Lisa Brennan-Jobs (California, 1978), la hija que Jobs negó
La defunción de Steve Jobs ha producido un gigantesco alud mediático sobre su condición de genio de la era digital. Todos los artefactos (gadgets) que anteponen la letra i, desde el iPod al iPad, pasando por el iMac y el iPhone, reiteran la presencia de la dizque sigla para internet; pero en el caso de Jobs, indica el pronombre personal de la primera persona en inglés i: Yo. Todo un personaje complejo cuya vida refrendó empero la sentencia determinista de infancia es destino. Como se comentó aquí antes (Guillermo Tell o el drama de Jobs) Steve fue hijo adoptado; esto es, su figura paterna fue la del suplente, la del sustituto o, para enunciarlo mediante jerga técnica, la de la copia; no la del padre original (no en balde la atmósfera de misterio y secreto con que rodeaba sus partos tecnológicos: Jobs debía asegurarse neuróticamente por todos los medios de que su gadget-hijo era suyo, original). Así, el verdadero padre del genio debió -en opinión del niño Steve- no sólo re-conocerlo como hijo sino que en su momento, debió haber peleado por él. Sin embargo, Jandali, el empresario sirio, no lo hizo sino hasta en fecha reciente.
Cuando la joven californiana Chris-Ann Brennan le anunció a Jobs que había tenido una hija suya, el fundador de Apple, repitió el guión paterno: no pudo re-conocer a su hija. La negó tajante. Peleó incluso por no reconocerla -¿temió abandonar el esquema vivido por él mismo en relación con su padre original; temió fallarle a su auténtica figura paterna?- esgrimiendo una mentira: la de que él era estéril.
Hijo de su época, Jobs abrazó el contexto californiano de la contracultura hippie. Y en congruencia se adhirió a las religiones orientales. En específico, al budismo. Así, se casó en 1991, en medio de los bosques del Parque Nacional de Yosemite, en ceremonia oficiada por un monje budista-zen. Y la religión budista -que cree en el Vacío y carece de la figura de un dios paternal- cuenta con la creencia del karma, una especie de tributo al pasado, un ineluctable ajuste de cuentas que se cierne sobre el presente y el futuro del creyente budista (no hay religión sin fe en el temor al misterio). Fue así como Steve Jobs, asumiendo su karma, aceptó re-conocer tardíamente -tal como obró con él su padre original- a su hija Lisa. Aun más, la fe en una cura natural ("todo está en la mente", pregonan los budistas; por ende, todas las enfermedades, así sin matices, son psico-somáticas), fue lo que ocasionó la resistencia y retraso de Jobs para tratarse mediante quimioterapia y cirugía.
Paradoja del genio tecnológico: su inteligencia logró concebir extraordinarios artilugios técnicos de comunicación social, pero en la comunicación con su Yo íntimo, depuso la inteligencia a favor de las creencias religiosas para diseñar un gadget personal: iSteve.

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