sábado, 3 de septiembre de 2011

Ni demasiado alto ni demasiado bajo

Ilustración de Jon Foster
Ícaro recibió de su padre, Dédalo, el famoso arquitecto del laberinto, un par de alas para escapar del cautiverio que les había impuesto el rey Minos. La instrucción paterna fue: "Ícaro, hijo, no vueles ni demasiado alto para que el sol no derrita la cera que une las plumas, ni demasiado bajo para no mojarlas y hacerlas ceder bajo el peso de la humedad". Pero Ícaro se elevó muy alto, por encima de las nubes: las alas sobrecalentadas se fueron desplumando poco a poco hasta que se desprendieron de la espalda del adolescente que cayó en picada y se ahogó en el mar. Eso cuenta el mito. Pero en realidad, Ícaro deseaba fallar; fallarle a su padre, a las expectativas paternas. Al caer y hundirse en el agua, Ícaro buceó bajo el mar con un instrumento diseñado por él mismo (algo había aprendido de su ingenioso padre), se alejó de las costas del rey Minos, hasta emerger a orillas de otro reino donde ya en tierra firme, aprovechó las oportunidades al vuelo y reorientó su propia vida, lejos del deseo paterno de que no volara ni demasiado alto ni demasiado bajo.

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