sábado, 23 de julio de 2011

Expiatorio

De acuerdo: incurrí en el pecado de curiosidad morbosa. Sólo por eso, me metí a un templo y me fui directo al confesionario (ya no los hacen tan confortables como antes). Me hinqué en un tablón y una tos del otro lado de la rejilla de la ventanita me avisó de la presencia del cura. "¿Ave María purísima?". Mi lengua automática funcionó: "¡sin pecado concebido!". El sacerdote me pidió que dijera mis pecados. Así, de golpe, no se me ocurrió nada (¿en qué consistía eso del pecado?, mi memoria preguntaba angustiada). "Dime -me alentó el cura-, dime algo personal acerca de ti." Supe entonces qué responder: "la verdad, me confieso, padre, de que todas las noches duermo con el ventilador prendido." No hubo ningún comentario. Después de 15 minutos supe que estaba a solas de rodillas en el confesionario. Me incorporé, sacudí mi pantalón, miré hacia el altar, me santigüé agitando los dedos como si carecieran de huesos, di la media vuelta y salí presuroso del templo. Quizá debí aclarar que no pongo al máximo el ventilador. Amén.

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